Fotografía: picalls.com
La distancia
es una magnitud traicionera, una medida tan equivocada como verdadera a la vez y,
si bien representa lo cerca o lejos que están las cosas, a menudo es incapaz de
calibrar si lo que separa a dos personas es un pasillo o un océano. La
distancia puede ser algo metafísico, algo incierto y fugaz si se cierran los
ojos y se aparece en otro lugar. Porque, gracias a la sensibilidad, a ese don
mágico que tenemos las personas, podemos burlar longitudes en cualquier
momento, aunque sea en nuestro imaginario más profundo.
Supongo que
esto viene siendo así desde que el mundo es mundo, aunque hayamos pasado de la
carta al Skype, a pesar de Google, que nunca podrá sustituir
nuestras íntimas quimeras. Por eso, extrañar la tierra de uno hace sentirse con
frecuencia en un exilio cercano, se esté donde se esté. Y es que la distancia
es toreable, de la suerte que se quiera, por alto o por bajo. ¿Cómo si no
podría uno asomarse a un balcón madrileño, entre cumbres de ventanas, sirenas y
pitidos, y trasladarse a la orilla de la mar en calma?
Así obran las
raíces. Tan potentes, que son capaces de someter a la nostalgia, haciendo
vulnerables incluso a los que reniegan de su origen, esos pobres diablos. Y eso
que, dicen, uno no es de donde nace, sino de donde pace. Con matices, claro. La
morriña es una patología irrenunciable y, bien aprovechada, una sensación única
de cercanía, muy útil en el exilio para regresar, siempre que se necesite. Para
ello, no hay más que dejarse engañar por los sentidos, provocarlos con la
música adecuada o empujarlos a salir, a través de la lectura.
Y, para
muestra, la tribuna que publica en El País John J. Healey. Un texto para ser
bebido despacio, en pequeños sorbos, melancólico pero risueño a la vez y que,
como suele pasar con autores extranjeros que se enamoraron aquí, desde
Washington Irving hasta Hemingway o Gerald Brenan, desprende una sensualidad
especial, un aroma increíblemente auténtico. Y en ellos está, muchas veces, la
mejor ventana para asomarse a casa y volver a descubrirla; ellos saben, como
pocos, lo que es un exilio cercano.