sábado, 11 de mayo de 2013

Exilio cercano

Fotografía: picalls.com


   La distancia es una magnitud traicionera, una medida tan equivocada como verdadera a la vez y, si bien representa lo cerca o lejos que están las cosas, a menudo es incapaz de calibrar si lo que separa a dos personas es un pasillo o un océano. La distancia puede ser algo metafísico, algo incierto y fugaz si se cierran los ojos y se aparece en otro lugar. Porque, gracias a la sensibilidad, a ese don mágico que tenemos las personas, podemos burlar longitudes en cualquier momento, aunque sea en nuestro imaginario más profundo.

   Supongo que esto viene siendo así desde que el mundo es mundo, aunque hayamos pasado de la carta al Skype, a pesar de Google, que nunca podrá sustituir nuestras íntimas quimeras. Por eso, extrañar la tierra de uno hace sentirse con frecuencia en un exilio cercano, se esté donde se esté. Y es que la distancia es toreable, de la suerte que se quiera, por alto o por bajo. ¿Cómo si no podría uno asomarse a un balcón madrileño, entre cumbres de ventanas, sirenas y pitidos, y trasladarse a la orilla de la mar en calma?

   Así obran las raíces. Tan potentes, que son capaces de someter a la nostalgia, haciendo vulnerables incluso a los que reniegan de su origen, esos pobres diablos. Y eso que, dicen, uno no es de donde nace, sino de donde pace. Con matices, claro. La morriña es una patología irrenunciable y, bien aprovechada, una sensación única de cercanía, muy útil en el exilio para regresar, siempre que se necesite. Para ello, no hay más que dejarse engañar por los sentidos, provocarlos con la música adecuada o empujarlos a salir, a través de la lectura.

   Y, para muestra, la tribuna que publica en El País John J. Healey. Un texto para ser bebido despacio, en pequeños sorbos, melancólico pero risueño a la vez y que, como suele pasar con autores extranjeros que se enamoraron aquí, desde Washington Irving hasta Hemingway o Gerald Brenan, desprende una sensualidad especial, un aroma increíblemente auténtico. Y en ellos está, muchas veces, la mejor ventana para asomarse a casa y volver a descubrirla; ellos saben, como pocos, lo que es un exilio cercano.