Patio del antiguo gobierno militar, en pleno Paseo de la Farola.
Hace
tiempo que Málaga goza de sus muelles primero y segundo a todo plan. Una ‘milla
de oro’, un lugar de recreo para nativos y visitantes que pasean y toman algo
entre jardines y aceras baldeadas varias veces al día, vigilados por seguratas que reprimen al merdellón sin
camiseta –ibérico o báltico- y hacen de este boulevard marítimo algo limpio y
decente. Pero, ¡ay! Muy cerquita ha salido una grieta. Una raja del sistema
administrativo, desentendido de tantos problemillas domésticos que, hoy por
hoy, no se le escapan a nadie más que a quien debe darles solución.
Solución
que, en estos tiempos, puede costar sudores, toneladas de tuits, cascadas de
firmas en Change.org, llamadas y
rellamadas al ente de turno –o ni eso-. Y he aquí que aquí vengo a quejarme,
porque, junto al Muelle Uno y –precisamente-, a pocos metros de la residencia
de nuestro alcalde, Francisco de la Torre, se encuentra esa grieta: un cráter
condenado a desmoronarse y a cobijar miseria y basura a la vista de todos,
incluidos los que no quieren mirar. Se trata del antiguo gobierno militar,
edificio abandonado tras el desmantelamiento de su actividad, hace algunos
años, y convertido hoy en pocilga y cobijo de varios drogadictos que duermen y
consumen en su soportal.
Este
edificio puede ser más bonito o más feo –su estado tampoco ayuda-, aunque
algunos apuntan a su interés arquitectónico. Valor desconchado en sus paredes,
desprendido del techo y quebrado entre ventanas rotas, persianas podridas y
toldos ajados. Valor escondido tras una pantalla de árboles ya selváticos, bajo
una alfombra de hojas secas y maleza. Una ruina, en definitiva, ocupada por
unos desgraciados sin techo ni amparo. Nada nuevo. Una situación ante la que no
se puede hacer la vista gorda. ‘Hay que actuar ya’, puede leerse en la mirada
de los transeúntes, independientemente de su lengua natal, que cada día
observan, al otro lado de la verja, a los dos vagabundos durmiendo sobre sus
colchones, entre bolsas, litronas y
otros objetos de ‘supervivencia’.
Me
pregunto a quién corresponderá meterle mano al problema –la propiedad del
inmueble-. ¿Subdelegación del Gobierno? ¿Ayuntamiento? Lo que sí sé es que,
como en todo, habrá excusas políticas, administrativas y presupuestarias,
unidas a que quizás –por supuesto- esta zona de Málaga no es la más necesitada
de actuación. Pero, en cualquier caso, no hay argumento que valga para retrasar
una simple limpieza, un lavadito de cara, la recogida de los dos inquilinos y,
qué menos, adelantar trámites y un proyecto para el futuro del edificio. ¿O es
que, definitivamente, está condenado? Quizás esto sirva para darnos cuenta de
lo que ocurre en barrios que se escapan de nuestra vida diaria y, desde luego,
para comprobar la 'agilidad' de quien, teniéndolo delante de sus narices, en un
lugar que se supone espejo de la ciudad, no hace absolutamente nada.