Imagínese un
inmenso océano lleno de información. Un oleaje constante, segundo a segundo, de
mensajes escritos por infinidad de personas, reales o ficticias. Una ventana
abierta sin horizonte, inagotable fuente de datos, enlaces y nombres. Twitter despegó como red social
vanguardista, basada en el microblogging
y, en poco más de un año, pasó a formar parte del día a día de millones de
usuarios en todo el mundo. Y ocurre que Twitter,
además de una herramienta imprescindible para el marketing y la comunicación,
plataforma de negocio y fuente de información, se ha convertido en el canal del
Redsocialismo, un hábito de vida
social hasta hace poco tiempo desconocido.
Así, Twitter ha ido ocupando, como un
relámpago, una posición más que relevante en la forma de vivir macrocomunicados, lo que no escapa a
ojos de nadie, ni siquiera para los que no tuitean.
De ahí que haya favorecido la capacidad informativa y de organización en Redsocialismo, una práctica que no
entiende de edades, nacionalidad o pensamiento. La ciudadanía mundial vive en Twitter; globalización a cascoporro. Y
ahí estamos todos, cómodamente. Interaccionando,
como suele decirse, compartiendo ideas, información, generando discusión,
apoyando o condenando causas de todo tipo. Pendientes de lo que ocurre,
enjuiciando a diestro y siniestro, retuiteando
y requetetuiteando con más
entusiasmo que compromiso.
Esto viene
dado por la llamada democratización
de la comunicación: libertad con pocos límites y ciertas lagunas legales para
la expresión de todos. Útil y positivo cuando, ya se ha visto, ha servido para
abrir los ojos, cohesionar, tomar conciencia y compartir: el activismo de
calidad. Un paso atrás, probablemente, cuando la irresponsabilidad y la falta
de criterio han dado lugar a mareas de todos los signos que, sin aportar
absolutamente nada, han manchado la libertad de demagogia y populismo. Al Redsocialismo todavía le queda oxígeno y
no está claro si morirá cuando llegue la siguiente revolución de la comunicación
social. Pero, mientras, se echa en falta algo de inteligencia para no entrar a
la deriva en la tempestad que, cada día, inunda Twitter de infoxicación y
#hastags grotescos.
Y no hablamos
de nada nuevo. Un problema de toda la vida, con la fugacidad de las nuevas
tecnologías. Esto es, el rebote indefinido de información no contrastada, el
otorgar crédito a fuentes inexactas o contaminadas, el seguimiento a ciegas de
personalidades inventadas y escondidas tras un pseudónimo, el borreguismo de marchar tras una bandera
artificial, la violencia, el insulto o la calumnia, por ejemplo. El activismo
comodón de apoyar causas en 140 caracteres sin levantarse del sofá o la silla.
El hablar por hablar, la mediocridad y la generalización. La falta de conciencia,
en definitiva, que hace del Redsocialismo
en ocasiones una práctica odiosa, cuando bastaría un poco de reposo y sesera
para convertirla en un arma digna.