jueves, 28 de noviembre de 2013

Educación: siete copas de perdedores



   El palmarés escolar de nuestro país lucirá, a partir del próximo curso, un nuevo trofeo. Otra copa más, como en el fútbol, solo que estos no son títulos de campeones, sino de fracasados. Y, más que copas, plazas de toros. Siete leyes de educación en 35 años -la octava llegará tan pronto como el PSOE vuelva a ganar unas elecciones generales- y vuelta a empezar. Total ¿para qué? Para continuar dando volantazos de lado a lado del sistema educativo, montando castillos en el aire, haciendo y deshaciendo a placer del signo ideológico de turno, disfrazado en ocasiones de falso interés general. 

   Todo ello a golpe de mayoría absoluta, como casi siempre, -o, lo que viene siendo en España: mayoría absolutista-. Sí, porque controlar un parlamento jamás debe significar gobernar con oídos sordos y la venda del manido 'respaldo de los más'. Aun con la oposición más torpe o malintencionada, aun con el ejecutivo más vil, el pacto es imprescindible en las materias básicas. Y, con permiso de la sanidad ¿acaso existe algo más elemental que la educación? Tan claro lo tenemos, que nos lo pasamos por el forro.

   Una ley más, otro punto y a parte, otra bronca que nos divide y nos aleja del necesario fin de crear un sistema que, si bien nunca puede ser definitivo, sí puede levantarse sobre una base sólida y unos criterios compartidos que aseguren el verdadero triunfo de la enseñanza, algo imposible si no se prolonga en el tiempo y, lo más importante, necesariamente consensuado. Si cada equis tiempo volvemos a montarla parda, tiramos cimientos, movemos la estructura y torcemos el rumbo ¿a dónde llegamos? A lo que cada dos por tres leemos en informes que nos sitúan en un lugar indigno a nivel internacional. Y, con estos mimbres, ¿hacia qué futuro caminamos?

   Torpeza la nuestra, multiplicada por diecisiete, que se mueve como un coche que se cala. Representantes políticos en guerra, masas agitadas, discursos demagógicos y ni una oportunidad para delimitar lo esencial que, como siempre, es más lo que nos une que lo que nos separa. Porque andamos peleándonos en lo superficial, negando por sistema hasta lo que sabemos positivo, por llevar la contraria, y no cedemos ante un posible pacto que arroje un poco de luz en un sistema que hace aguas y no termina de salir a flote. Hasta entonces, nuestra sociedad seguirá suspendiendo culturalmente. Un fracaso del que todos somos en parte culpables aunque, como en todo, la máxima responsabilidad la tiene quien dirige. Y así nos va.