viernes, 1 de marzo de 2013

El silencio



   Hace unos días, decía que ‘el silencio es a Málaga como la nieve’. Ciudad ruidosa, una algarabía. Y suele pasar que, cuando más se necesita eliminar toda esa bulla sonora, en cualquier momento, la abstracción resulta tarea casi imposible aunque, a veces, el jaleo da una tregua y se entra en una dimensión prácticamente desconocida. Pero si se camina, de madrugada o al amanecer, por el centro o el paseo marítimo, resulta que la ciudad habla, tiene voz. Y surge la música de los propios pasos, del romper de las olas, del reloj de la Catedral o el revoloteo de las palomas. Campanas, fuentes o aire.

   Con el silencio se traspasa un velo, adentrándose en uno mismo. El silencio deja cruzar, mejor dicho, acerca y envuelve un sinfín de sonidos que, paradójicamente, no sólo no lo entorpecen sino que le dan más sentido y profundidad. El silencio se hace más valioso cuanto más se descubre a partir de él; cuando se reflexiona o se reza. Cuando cobran vida sonidos que, desgraciadamente, no estamos acostumbrados a oír, mucho menos a escuchar. Y esto es lo que ocurre, habitualmente, en Semana Santa. En la que la penitencia no es salir de penitente, sino ser penitente en un mar de estridencias.

   El paso de una cofradía ofrece un sinfín de sonidos no sintonizados. La mayoría de ellos, tópicos a los que se alude en la mayoría de pregones y exaltaciones y que, curiosamente, suelen pasar absolutamente inadvertidos. Algunos, incluso, desconocidos. Se nombran porque no se entiende la Semana Santa sin ellos, son parte de su música pero, sin embargo, es la banda sonora ignorada de casi cualquier procesión. Incluso, me atrevo a decir, hasta las marchas forman a veces parte de ella, cuando el público charlotea, cuando la tribuna ovaciona, cuando el comentarista no calla. Claro, se tuvo que inventar la saeta por megafonía.

   Pero, menos mal, hay momentos durante la Cuaresma o la Semana Santa en que, de una u otra manera, el silencio aparece y, con él, ese repertorio abstracto de incomprendidos sonidos. Y es, en esos momentos, cuando más nos adentramos en la teatralidad de la escena, cuando verdaderamente digerimos el significado de lo que contemplamos, cuando podemos escuchar el eco de nuestra oración, perdiéndose tras el paso de un trono. En ese instante, cuando la soledad es posible, nos hacemos preguntas y nos olvidamos de lo accesorio. Lástima que sea tan poco habitual, aunque su exclusividad lo hace todavía más especial. Y con el silencio me topé, al inicio de la Cuaresma y con él espero encontrarme en unos días. Ojalá.

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