jueves, 28 de noviembre de 2013

Educación: siete copas de perdedores



   El palmarés escolar de nuestro país lucirá, a partir del próximo curso, un nuevo trofeo. Otra copa más, como en el fútbol, solo que estos no son títulos de campeones, sino de fracasados. Y, más que copas, plazas de toros. Siete leyes de educación en 35 años -la octava llegará tan pronto como el PSOE vuelva a ganar unas elecciones generales- y vuelta a empezar. Total ¿para qué? Para continuar dando volantazos de lado a lado del sistema educativo, montando castillos en el aire, haciendo y deshaciendo a placer del signo ideológico de turno, disfrazado en ocasiones de falso interés general. 

   Todo ello a golpe de mayoría absoluta, como casi siempre, -o, lo que viene siendo en España: mayoría absolutista-. Sí, porque controlar un parlamento jamás debe significar gobernar con oídos sordos y la venda del manido 'respaldo de los más'. Aun con la oposición más torpe o malintencionada, aun con el ejecutivo más vil, el pacto es imprescindible en las materias básicas. Y, con permiso de la sanidad ¿acaso existe algo más elemental que la educación? Tan claro lo tenemos, que nos lo pasamos por el forro.

   Una ley más, otro punto y a parte, otra bronca que nos divide y nos aleja del necesario fin de crear un sistema que, si bien nunca puede ser definitivo, sí puede levantarse sobre una base sólida y unos criterios compartidos que aseguren el verdadero triunfo de la enseñanza, algo imposible si no se prolonga en el tiempo y, lo más importante, necesariamente consensuado. Si cada equis tiempo volvemos a montarla parda, tiramos cimientos, movemos la estructura y torcemos el rumbo ¿a dónde llegamos? A lo que cada dos por tres leemos en informes que nos sitúan en un lugar indigno a nivel internacional. Y, con estos mimbres, ¿hacia qué futuro caminamos?

   Torpeza la nuestra, multiplicada por diecisiete, que se mueve como un coche que se cala. Representantes políticos en guerra, masas agitadas, discursos demagógicos y ni una oportunidad para delimitar lo esencial que, como siempre, es más lo que nos une que lo que nos separa. Porque andamos peleándonos en lo superficial, negando por sistema hasta lo que sabemos positivo, por llevar la contraria, y no cedemos ante un posible pacto que arroje un poco de luz en un sistema que hace aguas y no termina de salir a flote. Hasta entonces, nuestra sociedad seguirá suspendiendo culturalmente. Un fracaso del que todos somos en parte culpables aunque, como en todo, la máxima responsabilidad la tiene quien dirige. Y así nos va.

jueves, 10 de octubre de 2013

Cráteres de ciudad

Patio del antiguo gobierno militar, en pleno Paseo de la Farola.

   Hace tiempo que Málaga goza de sus muelles primero y segundo a todo plan. Una ‘milla de oro’, un lugar de recreo para nativos y visitantes que pasean y toman algo entre jardines y aceras baldeadas varias veces al día, vigilados por seguratas que reprimen al merdellón sin camiseta –ibérico o báltico- y hacen de este boulevard marítimo algo limpio y decente. Pero, ¡ay! Muy cerquita ha salido una grieta. Una raja del sistema administrativo, desentendido de tantos problemillas domésticos que, hoy por hoy, no se le escapan a nadie más que a quien debe darles solución.

   Solución que, en estos tiempos, puede costar sudores, toneladas de tuits, cascadas de firmas en Change.org, llamadas y rellamadas al ente de turno –o ni eso-. Y he aquí que aquí vengo a quejarme, porque, junto al Muelle Uno y –precisamente-, a pocos metros de la residencia de nuestro alcalde, Francisco de la Torre, se encuentra esa grieta: un cráter condenado a desmoronarse y a cobijar miseria y basura a la vista de todos, incluidos los que no quieren mirar. Se trata del antiguo gobierno militar, edificio abandonado tras el desmantelamiento de su actividad, hace algunos años, y convertido hoy en pocilga y cobijo de varios drogadictos que duermen y consumen en su soportal.

   Este edificio puede ser más bonito o más feo –su estado tampoco ayuda-, aunque algunos apuntan a su interés arquitectónico. Valor desconchado en sus paredes, desprendido del techo y quebrado entre ventanas rotas, persianas podridas y toldos ajados. Valor escondido tras una pantalla de árboles ya selváticos, bajo una alfombra de hojas secas y maleza. Una ruina, en definitiva, ocupada por unos desgraciados sin techo ni amparo. Nada nuevo. Una situación ante la que no se puede hacer la vista gorda. ‘Hay que actuar ya’, puede leerse en la mirada de los transeúntes, independientemente de su lengua natal, que cada día observan, al otro lado de la verja, a los dos vagabundos durmiendo sobre sus colchones, entre bolsas, litronas y otros objetos de ‘supervivencia’.

   Me pregunto a quién corresponderá meterle mano al problema –la propiedad del inmueble-. ¿Subdelegación del Gobierno? ¿Ayuntamiento? Lo que sí sé es que, como en todo, habrá excusas políticas, administrativas y presupuestarias, unidas a que quizás –por supuesto- esta zona de Málaga no es la más necesitada de actuación. Pero, en cualquier caso, no hay argumento que valga para retrasar una simple limpieza, un lavadito de cara, la recogida de los dos inquilinos y, qué menos, adelantar trámites y un proyecto para el futuro del edificio. ¿O es que, definitivamente, está condenado? Quizás esto sirva para darnos cuenta de lo que ocurre en barrios que se escapan de nuestra vida diaria y, desde luego, para comprobar la 'agilidad' de quien, teniéndolo delante de sus narices, en un lugar que se supone espejo de la ciudad, no hace absolutamente nada.

domingo, 25 de agosto de 2013

En #TorosMLG sí se puede

Foto: Pablo Cobos - cosodelamalagueta.com

   Sí se puede. Mirar al futuro de nuestra Malagueta parece hoy un poco más esperanzador, tras echar el cierre a una feria con síntomas de recuperación; una bocanada de aire que invita a creer que sí podemos volver a crecer. Tras una larga etapa de decadencia taurina en la ciudad, con el puyazo que supuso a Málaga ascender a primera categoría, después de varios años de destaurinización tras el reventón de la burbuja de José Tomás y la mala gestión de las últimas empresas, sobre todo con el bajonazo de los Chopera el pasado año, Cutiño ha dado un notable giro fijando un rumbo y un criterio a seguir. Y, aunque la feria se ha saldado justita, sin aluviones de público –aunque con una entrada aceptable- y con la mala pata de las bajas de Morante, Jiménez Fortes y Manzanares, sí ha tenido un buen resultado artístico. Porque ha habido toro, ha embestido y hemos tenido espectáculo. ¿Casualidad? No lo creo.

   Sí se puede, con un pliego nuevo. Está claro. Pero no todo queda ahí, pues de nada hubiese servido sin un trabajo previo a la apertura de taquilla y al primer paseíllo del Certamen. La comunicación permanente, la promoción y la difusión que ha hecho la empresa han sido notorias, junto al empeño por dar una nueva imagen de La Malagueta, cuidada en todos sus detalles. Ya sólo falta que vuelvan las guirnaldas y que se dignifique el aspecto del paupérrimo palco. Pero, estética aparte, lo importante es que se ha devuelto vida a la plaza, atrayendo al público por la mañana y, además, cuidando al aficionado en la taquilla, en trato y bajada de precios. Un movimiento previo y durante la feria que es necesario mantener e intensificar si queremos que esto funcione, con la colaboración de la afición y los medios.

   Sí se puede, aun sin José Tomás. Una feria de probatura –cocinada en tiempo récord-, una toma de contacto que ha dejado buena nota a José Cutiño de qué necesita Málaga. Un ciclo inteligente, aportando variedad y el reclamo de las figuras en la mitad de las corridas de a pie. Una novillada que dio buen resultado y el cartel estrella del rejoneo. Pero la novedad del ‘desafío ganadero’ se ha llevado la peor parte, por el petardo de Fuente Ymbro y, quizás, por una terna híbrida que no tuvo incentivo para el público. De lo que no cabe la menor duda es que los victorinos cobrarán ambiente el año que viene, tras haber protagonizado ‘la corrida’ de la Feria, sin duda alguna. Feria accidentada con bajas importantísimas que, salvo en el caso de Ferrera –para servidor, triunfador de la Feria- se solventaron de malas maneras; esto es, con ‘El Cid’ y ‘Finito de Córdoba’, toreros de imagen agotada y cuyos toros bien podrían haberse ofrecido a matadores en ascenso necesitados de oportunidades, caso de David Galván, a quien sí se llamó con buen criterio. Sin duda, la nota negativa de la Feria junto al no sorteo de los toros del pasado miércoles.

   Sí se puede, en definitiva, con trabajo e ilusión. Y sin la ambición de llenarse los bolsillos a corto plazo, doliéndole a uno lo que tiene entre manos. Esta parece que es la carta de presentación de José Cutiño y su equipo, del que, visto lo visto, se puede esperar mucho más. Ahora, tienen tiempo por delante para analizarlo todo y consultar a la afición, que nunca viene mal. Seguramente, más de uno pedirá la de Victorino para 2014. Todo el mundo preguntará por José Tomás para Semana Santa. Se hablará de Ferrera y de Castaño, entre otros. Seguramente, alguno habrá echado de menos a Javier Conde –servidor no- y se exigirá una vuelta de tuerca más, en aras de una feria más rematada y sin flecos sueltos. Pero, en cualquier caso, esperamos con amplias expectativas que lleguen los próximos festejos y comprobar el rumbo tomado por la empresa, que tiene en sus manos dar esplendor a nuestra plaza, recuperar y crear afición en torno a La Malagueta, como en los buenos tiempos. Ojalá, suerte. 

jueves, 6 de junio de 2013

La cruceta de los medios


   Los cofrades solemos quejarnos –entre otras cosas- de la cobertura mediática que se da de la actividad que nos tiene ocupados durante cuatrocientos días al año, los cuarenta días del mes. En Málaga, al menos. Cuando tenemos cantidad miramos con lupa la calidad y, a pesar de esta, con frecuencia echamos en falta mayor regularidad. Nada nuevo. Si algo caracteriza a esta ciudad, con responsabilidades varias y perfectamente identificadas, es que existe una clara descompensación en la apuesta informativa que, creemos algunos, merece la vida cofrade de Málaga. Y, en este sentido, ni la crisis ni el dinero son los culpables. La cruceta está mal hecha.

   Así, frente a la prensa local y varios medios independientes, con algún espacio televisivo y un par de programas de radio, la verdadera implicación llega cuando llega, en la temporada alta. Cuestión aparte es qué información se hace y quién se encarga de ella, pero eso es otra historia. La cuestión es que esto se queda corto y, pese a lo odioso de las comparaciones, no cabe sino mirar a otros lugares y ver cómo se vuelcan los medios –a nivel autonómico y local, públicos y privados- con las hermandades. Y, si dicha lógica la aplicamos a una ciudad como Málaga, con un colectivo tan extenso y activo como el nuestro, llegamos a la conclusión de que las cuentas no salen.

   Por ello, además de los espacios cuyo tratamiento parece cuestionable por falta de formación, entre otras cosas, seguimos con medios que sólo se preocupan por cumplir el expediente, por no hablar de formatos trasnochados y un anquilosamiento a veces preocupante. Y no será porque en Málaga no hay clarísimos referentes de información cofrade bordada, en oro fino. Por otro lado, encontramos a las principales marginadas de la agenda informativa: las glorias, tiempo de barbecho. Todo ello, insisto, con excepciones que, gracias a Dios, nos salvan de una sequía grave y nos enriquecen. Pero, si existe una asignatura pendiente en este panorama es, sin duda, la cobertura de los hechos extraordinarios.

   No hablo ya de la emisión en directo –por radio y televisión- del Corpus o de la procesión de la Patrona, como citas que deberían ser un verdadero acontecimiento en el conjunto de la Diócesis, trascendiendo mucho más allá de lo cofrade. Cosa que contribuiría, además, a su necesaria promoción y respaldo, pero esto merece algunos párrafos más y, ni está, ni se lo espera. Lástima. A donde quería yo llegar es a la próxima salida extraordinaria de la Esperanza, por su aniversario de coronación. Va a ser uno de los acontecimientos del año en Málaga y ¿lo cubrirá en directo la televisión local? ¿Se podrá seguir a través de Internet? Queda mucho por hacer y hay esquemas que deben mutar, urgentemente, materializándose en un nítido espejo mediático que refleje esta porción de la vida religiosa y cultural de la ciudad.

sábado, 11 de mayo de 2013

Exilio cercano

Fotografía: picalls.com


   La distancia es una magnitud traicionera, una medida tan equivocada como verdadera a la vez y, si bien representa lo cerca o lejos que están las cosas, a menudo es incapaz de calibrar si lo que separa a dos personas es un pasillo o un océano. La distancia puede ser algo metafísico, algo incierto y fugaz si se cierran los ojos y se aparece en otro lugar. Porque, gracias a la sensibilidad, a ese don mágico que tenemos las personas, podemos burlar longitudes en cualquier momento, aunque sea en nuestro imaginario más profundo.

   Supongo que esto viene siendo así desde que el mundo es mundo, aunque hayamos pasado de la carta al Skype, a pesar de Google, que nunca podrá sustituir nuestras íntimas quimeras. Por eso, extrañar la tierra de uno hace sentirse con frecuencia en un exilio cercano, se esté donde se esté. Y es que la distancia es toreable, de la suerte que se quiera, por alto o por bajo. ¿Cómo si no podría uno asomarse a un balcón madrileño, entre cumbres de ventanas, sirenas y pitidos, y trasladarse a la orilla de la mar en calma?

   Así obran las raíces. Tan potentes, que son capaces de someter a la nostalgia, haciendo vulnerables incluso a los que reniegan de su origen, esos pobres diablos. Y eso que, dicen, uno no es de donde nace, sino de donde pace. Con matices, claro. La morriña es una patología irrenunciable y, bien aprovechada, una sensación única de cercanía, muy útil en el exilio para regresar, siempre que se necesite. Para ello, no hay más que dejarse engañar por los sentidos, provocarlos con la música adecuada o empujarlos a salir, a través de la lectura.

   Y, para muestra, la tribuna que publica en El País John J. Healey. Un texto para ser bebido despacio, en pequeños sorbos, melancólico pero risueño a la vez y que, como suele pasar con autores extranjeros que se enamoraron aquí, desde Washington Irving hasta Hemingway o Gerald Brenan, desprende una sensualidad especial, un aroma increíblemente auténtico. Y en ellos está, muchas veces, la mejor ventana para asomarse a casa y volver a descubrirla; ellos saben, como pocos, lo que es un exilio cercano.

viernes, 26 de abril de 2013

#Redsocialismo



   Imagínese un inmenso océano lleno de información. Un oleaje constante, segundo a segundo, de mensajes escritos por infinidad de personas, reales o ficticias. Una ventana abierta sin horizonte, inagotable fuente de datos, enlaces y nombres. Twitter despegó como red social vanguardista, basada en el microblogging y, en poco más de un año, pasó a formar parte del día a día de millones de usuarios en todo el mundo. Y ocurre que Twitter, además de una herramienta imprescindible para el marketing y la comunicación, plataforma de negocio y fuente de información, se ha convertido en el canal del Redsocialismo, un hábito de vida social hasta hace poco tiempo desconocido.

   Así, Twitter ha ido ocupando, como un relámpago, una posición más que relevante en la forma de vivir macrocomunicados, lo que no escapa a ojos de nadie, ni siquiera para los que no tuitean. De ahí que haya favorecido la capacidad informativa y de organización en Redsocialismo, una práctica que no entiende de edades, nacionalidad o pensamiento. La ciudadanía mundial vive en Twitter; globalización a cascoporro. Y ahí estamos todos, cómodamente. Interaccionando, como suele decirse, compartiendo ideas, información, generando discusión, apoyando o condenando causas de todo tipo. Pendientes de lo que ocurre, enjuiciando a diestro y siniestro, retuiteando y requetetuiteando con más entusiasmo que compromiso.

   Esto viene dado por la llamada democratización de la comunicación: libertad con pocos límites y ciertas lagunas legales para la expresión de todos. Útil y positivo cuando, ya se ha visto, ha servido para abrir los ojos, cohesionar, tomar conciencia y compartir: el activismo de calidad. Un paso atrás, probablemente, cuando la irresponsabilidad y la falta de criterio han dado lugar a mareas de todos los signos que, sin aportar absolutamente nada, han manchado la libertad de demagogia y populismo. Al Redsocialismo todavía le queda oxígeno y no está claro si morirá cuando llegue la siguiente revolución de la comunicación social. Pero, mientras, se echa en falta algo de inteligencia para no entrar a la deriva en la tempestad que, cada día, inunda Twitter de infoxicación y #hastags grotescos.

   Y no hablamos de nada nuevo. Un problema de toda la vida, con la fugacidad de las nuevas tecnologías. Esto es, el rebote indefinido de información no contrastada, el otorgar crédito a fuentes inexactas o contaminadas, el seguimiento a ciegas de personalidades inventadas y escondidas tras un pseudónimo, el borreguismo de marchar tras una bandera artificial, la violencia, el insulto o la calumnia, por ejemplo. El activismo comodón de apoyar causas en 140 caracteres sin levantarse del sofá o la silla. El hablar por hablar, la mediocridad y la generalización. La falta de conciencia, en definitiva, que hace del Redsocialismo en ocasiones una práctica odiosa, cuando bastaría un poco de reposo y sesera para convertirla en un arma digna. 

domingo, 21 de abril de 2013

Escribiendo al natural

Fotografía: yucatan.com

   La columna es como la faena a un toro bravo, desde los primeros pases de probatura hasta la estocada que lo abate. Del viejo oficio de la lidia del cornúpeta, de la gallardía del matador valiente y su vergüenza torera, mucho puede aprender un columnista con sus trastos -la pluma o la tecla-. Sobre un fondo blanco, que podría imaginarse del color del albero, se suceden las suertes de enfrentarse a cualquier tema, con la palabra como trapo y que, dijo Peralta, engaña al toro sin mentir. Esto es, con verdad. Arrimándose y echando la pata palante, leyendo lo que cada realidad tiene dentro, interpretando y mostrándolo con torería. Construyendo una serie de juicios que, en su conjunto, pintan un todo lleno de reflexiones.

   Por ello, un diestro columnista ha de ser valiente a la hora de plantarse ante una idea, mirarla fijamente y citarla. Enroscándose con ella, con hondura. Ahí comienza la lidia, queriendo jugar con la embestida que, sea cual sea la historia, siempre ha de aprovecharse, sin prejuicios, sorteando las miradas y los vicios que el texto tiene. Y por ambos pitones, como se debe torear, sin dejar una virtud o defecto en el aire. Con ritmo, con compás, no sea que el público se amuerme, pasando de un párrafo a otro como el torero rodea a su enemigo, dejando que este tome aire, pero sin que se acabe. Y con pellizco, intercalando golpes que hagan que surja la emoción y la música, si la hubiere.

   Columnistas hay a patadas, como tipos de columna y temas que tratar. Lo mismo pasa con los estilos de torear y las faenas, sin que existan dos idénticas, como no hay dos toros gemelos. Cuestión de gustos. La columna, como cualquier faena, lleva impresa el alma de quien la escribe, su momento y sus circunstancias. Y el estilo, que fluye con armonía o a trompicones, artísticamente o con rudeza, emocionante o aséptico. He ahí la personalidad del columnista que, seguro, moverá a sus seguidores –y sus contrarios- como tantos toreros lo han hecho. ¿O acaso no existió el Umbralismo? Por ello, es tan importante el estilo, algo difícil de lograr y que, con frecuencia, suscita debates sobre influencias en la tauromaquia escrita de cada uno.

   Total, que se llega al final de la faena, el último arrimón. Falta el remate, la suerte suprema que da la gloria o la arrebata. Porque todo ha podido ir rodado, transmitiendo emoción y captando la atención del lector, que ha ido saltando de párrafo, siguiendo el discurso de los muletazos pero aquí, en unas pocas palabras, todo puede irse al garete. Injusto, a veces. Y pasa que, como en el ruedo, no todos los columnistas coronan sus faenas con la estocada certera, colocando esa pieza clave de un texto que debe invitar a releerse. Lidiar la palabra es difícil. Y hay cornadas, aunque con estas nadie se juegue el pellejo, pero curten y hacen al columnista más torero en un arte en el que, como en la lidia, hay que parar, templar y mandar.

sábado, 6 de abril de 2013

Corona a la parrilla



   Vivimos en el país de los chispazos. Tierra apasionada y enardecida, aunque no menos paciente y sufridora. España, país impulsivo, jaleoso, en el que somos aficionados a formar alboroto, cantar un himno, tirar dos piedras y desaparecer a la hora del puchero. Vieja España, en la que siempre nos ha costado aprender y reaccionar con perspicacia a nuestras propias ruinas. Pueblo pícaro y puñetero que, en cuanto huele a pólvora, se abalanza sobre la cuestión adjudicando santidad o vileza, sentenciando por intuición y dando crédito a las fuentes de confianza habituales, sea el vecino, la frutera, el gurú de la radio, político de cabecera o la portada de su bíblico diario. Así funciona el chascarrillo de cada mañana. Paro, crisis, culebrón o fútbol se convierten en temas de un cónclave en horario laboral salvo, claro está, para los que de verdad lo sufren –y que, a menudo, suelen tratar las cosas con más prudencia, por entenderlas-.

   Y así vienen pasando las semanas, con un país revuelto por las joyas de la Corona: la hija menor y su marido. Del Duque del talonmano parece haber pocas dudas, a día de hoy, sobre sus méritos para conseguir dos nuevas medallas: la de mangante y torpe bandido, por dejar un rastro en el que ha demostrado de todo menos elegancia y dignidad merecedora de tan alto título. Circo este, sazonado con la imputación fallida de la Infanta, tras la que no tardaron en saltar las alarmas sobre un rescate oficial a la Casa Real y, por contra, la clásica teoría de la conspiración masónica. Mil y un argumentos, divertidos todos, que sorprende leer y escuchar cuando se vierten con la seguridad del mismísimo testigo directo cuando, lo que es seguro, es que aquí nadie sabe nada. Bueno, sí, precisamente los que callan, como siempre.

   En España, ya sabemos, dentro de la democrática división de poderes, existe, a su vez, la subdivisión del poder judicial en los tribunales y el pueblo que, a pie de calle o en los medios de comunicación, defiende o ataca la versión que le conviene. Y la sentencia, que llegará cuando tenga que llegar, siempre podrá ser aceptada o no. ¡Faltaría más! Total, que está cayendo una buena sobre la Casa del Rey y, una vez más, se ha puesto la corona a la parrilla. El Caso Nóos, está pesando como una losa sobre la institución, formada por siete miembros, a los que muchos pretenden meter en el mismo saco. Nada más injusto, si miramos a la intachable Sofía –cuya vida no desearía para mí-, Felipe y Letizia, o Elena –otra por la que no me cambiaría-. Y el Rey, ese hombre que, digo yo, no se habrá ganado la admiración internacional, el cariño diplomático y el respeto político aquí –hasta de los que lo fingen- por casualidad.

   Los escándalos de Urdangarín y la Infanta, aún sin resolver, han agudizado posiciones a favor o en contra de la Casa Real. Y, curiosamente, han hecho sonar la sirena tricolor –poco entendible, pues no parece coherente que la idea republicana dependa de un eslabón corrupto, así como la idea demócrata es sólida, esté quien esté-. Republicano o monárquico, digo yo, se será siempre y salvo en casos extremos –este no lo es, y más teniendo en cuenta que vivimos en la monarquía más discreta, responsable y admirada del mundo actual, guste o no-. Tener paciencia, parece lo recomendable. Y, antes de poner la corona a la parrilla, hacer gala de prudencia ante la suposición y el chisme. El republicano siempre podrá querer otro sistema, lo que es compatible con no emitir juicios equivocados o tratar a la Familia Real al más puro estilo decimonónico. Así como, el monárquico, siempre podrá defender la institución, asumiendo que sus miembros sean tratados en consecuencia de sus actos. Y ya está.

martes, 2 de abril de 2013

Una semana renaciendo



   Venía en el tren esta mañana, de camino a Madrid, cuando descubrí una gotita de cera agarrada a la manga de mi jersey. Como aquella solitaria gota de cera, escondida entre la solería de calle Larios, que nombraba Banderas en su pregón y que se resistía a desaparecer. Junto a ella, vine mirando por la ventana del vagón, recordando, a medida que me iba alejando, intentando situar imágenes, personas, sonidos y sensaciones en los espacios que me han trasladado, durante una semana, a la cuarta dimensión del paso de las cofradías. O a la quinta, la de mi estación de penitencia. Así vengo desde el sábado, a ratos, dando vueltas a tanta sobrecarga de vivencias. No hubo día más propio para el cambio de hora, adelantándonos en la noche hacia la Resurrección, alargando el paso en una hora hasta la Pascua. Domingo tranquilo, sin procesión y, por tanto, sin sentido alguno para aquellos que no ven más allá de un puñado de varales, pero feliz. Un año más, en la meta.

   Gloriosa meta, independientemente del agua que, a más de uno, parece pesarle demasiado en su balance, sin acordarse ya de aquel desastroso año 2011. Factura asequible, que a mí, particularmente, me ha dejado un regusto definitivo de excelencia. Qué duda cabe ya de que nos encontramos en medio de un feliz renacimiento cofrade y que, desde hace algunos años, elevamos nuestra Semana Santa a altas cotas de refinamiento, aun a costa de caer, a veces, en la globalización y las modas. Y este es el punto en el que, cuando miramos atrás y recordamos los hechos que nos sorprendían, vemos hoy constancia y normalidad. Esplendor es la palabra, a pesar de la larga lista de reformas pendientes, elementos que pulir y hábitos a eliminar. Y aquí no cabe sino compararnos con nosotros mismos, sin necesidad de trasladarnos varias décadas atrás. Es la evolución natural que, gracias al perfecto equilibrio, en muchos casos, de la experiencia y la savia nueva, nos lleva al momento que vivimos.

   Así, podemos repasar, una a una, todas las salidas viendo cómo se van consolidando horarios, redondeándose casi todas las jornadas. Volvimos a contemplar un nuevo goteo de estrenos que caen sobre la balanza, con gran peso, hacia un patrimonio definitivamente asentado. Y, cada año, un paso más. Por el cuidado en cada detalle, el saber estar y la búsqueda de la perfección en unos cánones asumidos, lo que va calando en un público que va tomando conciencia de ello, a pesar de las tristes excepciones. Con su cara y su cruz, repitiéndose el vaivén de disfraces pululando por la calle, pero con cada vez más personas con su bolsa y el cartón bajo el brazo. Con desacertadas intervenciones en medios y trasnochados formatos de retransmisión, pero con nuevas aportaciones para una cobertura auténticamente cofrade. Con alborotos populistas, pero con algún silencio más, que suma, y mucho. Y, así, con todo lo demás. Mucho foco todavía, pero cada vez más cirio.

   Y, en la música: el clímax. La cumbre jamás alcanzada en Málaga de un nivelazo sonoro, especialmente en las bandas de toda la provincia, que han hecho las delicias de propios y extraños, ayudando a contemplar con profundidad lo que tenían delante, por la calidad en cada nota y repertorios escogidos con especial tino. Así las cosas, la lista de momentos para no perderse cada día va engordando, poco a poco, hacia una intensidad sin precedentes, en todas las jornadas, para disfrutar de una Semana Santa cada vez más plena, sin renunciar a su esencia. Esto es lo que, paulatinamente, está desplazando decepciones y hastíos hacia un ilusionante renacimiento, providencial, en algunos casos y que, a pesar de todo lo mejorable, incluso lo infame, nos hace mirar hacia 2014 con más ilusión que nunca. Y aunque la vida, para mí, no se resume en una semana, mentiría si negase que esa semana me da la vida. 

miércoles, 20 de marzo de 2013

Volver a empezar


La luz más esperada. Llegó el momento.


De camino a la cita. Aquí es donde me gustaría que fuese, pienso.


Está lejos. De aquí viene, de aquí me gustaría que partiese.


Y aquí llego, un año más. Misma ilusión, nueva sonrisa. Volver a empezar.

viernes, 15 de marzo de 2013

El dardo en la palabra


   Existen vocablos con veneno. En esto de las cofradías, hay algún que otro término tomado por algunos como pecaminoso palabro, a menudo tabú en conversaciones cofradieras. La palabra paso levanta ampollas en Málaga, tras su escritura o pronunciación, y todo aquel que se atreva a usarla es tomado por no pocos como hereje. ¡Qué novedad! Entiéndase la ironía. Cuántas y cuántas veces habremos asistido o participado a un cónclave sobre la etimología de las andas procesionales, debatiendo arduamente sobre la conveniencia o no de llamarlas paso, en lugar de trono. Un tema que se pierde en décadas de vida cofrade, apoyado o condenado por la visión histórica, desde la costumbre o la morfología. ¿Tiempo perdido?

   Es de esas discusiones que, por más tiempo que pase, siempre vuelve a saltar para entretenimiento de algunos. Incombustible. Es llegar la Cuaresma y aparecer, junto al asunto de los traslados, la vela rizada o el pulso. No falla. Trascendencia que bien podríamos cuestionar, sobre todo si nos preguntamos ¿de qué sirve dedicarle, si quiera, un segundo más? En cualquier caso, de lo que no cabe duda es que todos nos entendemos, aunque no vamos a negar que puede ser una provocación, como desproporcionada la irritación que produce este dardo en la palabra. Mire, que cada uno diga lo que le salga del lirio. Y que, en cada casa, decidan si conviene o no quitar un manto de flores, montar una flor de cera o llamar a Dolores por su nombre.

   Una hermandad es mucho más que una palabra. Y, las cosas, mucho más que su procedencia. Cómo si no se explica la pasión provocada en Málaga por el izquierdazo, el doble paso o el pulso aliviao, como tantas y tantas cosas que, con leve o ninguna oposición, se han adaptado y asumido únicamente cuestionadas por gustar o no al personal. Pero esta es otra historia, esto es el morbo de toda la vida. El cosquilleo de decir paso y la fugacidad de tuitear la condena, con colmillo afilado. Es el dardo, en una maldita palabra que no bajará de temperatura, por más candelabros de cola, tocados macarenos o crucetas trianeras que veamos, y que únicamente será sustituida del código penal cofrade cuando veamos un llamador atornillado al frontal de un canasto.

   Cuarenta días dan para mucho y hay mucho de qué hablar, aunque no siempre sea lo esencial de lo que se charle en tertulias o medios de comunicación. Y, desde luego, el uso de paso no encaja en el orden del día. Me pregunto si en 2050 seguiremos con estos mosqueos, sentando cátedra sobre si el Cristo de Mena es más Cristo de Mena con legionarios o sin ellos. Cansino debate, este de los tronos y su denominación al que, ni siquiera, ahora que lo pienso, merecen la pena estos cuatro párrafos. Y que me perdone Lázaro Carreter por usurparle vilmente su título. Por cierto, ¿acaso alguien necesita traducción cuando lee “no toquen los pasos”? Es posible que, a más de uno, lo que le entren sean ganas de refregar la mano y, eso sí, santiguarse después.

domingo, 10 de marzo de 2013

Cuarenta locos días


   Cuarenta locos días tiene la loca Cuaresma, como solía llamarla Lola Carrera. Un mes y diez dorado de todo cofrade que, para el famoso cuaresmero, supone la maratón de tomar contacto, un año después, recabar datos y desempolvar el uniforme kofrade. Cuarenta locos días que, nada más lejos de su sentido estricto, se han convertido en una prisa constante, que dificulta hallar la pausa necesaria para la reflexión propia de esto que, no escape, es tiempo de digestión profunda, gota a gota. Asistir a la vorágine de la loca Cuaresma como observador, hace a uno perder la noción del tiempo. Los cultos se diluyen en un torrente de actos entre los que, curiosamente, se han vuelto a producir sinsentidos mientras que algún hito, finalmente, se ha tenido que suspender. La Cuaresma tiene su ironía.

   Lástima, porque si dibujamos un calendario y encajamos cada cita, nos encontramos en una misma categoría cosas tan distintas, que hasta espanta verlas escritas con el mismo nombre. Hay pregones y hay pregones. Hay carteles y hay carteles. Pero, claro, esta sobrecarga difumina peligrosamente la frontera de un sentido que pocos identifican hoy. Curiosamente, se han desdoblado, multiplicado y complicado toda clase de actos, mientras que siguen existiendo cultos 2x1 o 3x1 -de regalo, la función principal-, porque somos capaces de pasar media tarde en un auditorio, pero aguantamos poco en un banco de madera. Y no hay tiempo para todo, en estos cuarenta locos días, aunque estamos informados al segundo, incluso antes, ‘gracias’ a más de una exclusiva. Loca Cuaresma, en la que aparece una cobertura mediática que, tristemente, se marchitará con el desmontaje de la tribuna, quedando los de siempre.

   Todo apunta, pues, a cierto desequilibrio en la balanza. Sencillos cultos, frente a barrocos eventos, con un despliegue protocolario únicamente equiparable a las bodas reales. Etiqueta –mal llamada, por cutre-, frente a improvisada liturgia. Y los traslados (suspiro). Todo ello, de asistencia voluntaria, ¡faltaría más! Pero, a veces, puede preocupar qué imagen se da. Entre los cuarenta días en el desierto y los cuarenta días en esta especie de fitur, hay un término medio, un punto de equilibrio deseable entre culto y ocio. Sí, ocio. Y, la clave de esa mesura, la tenemos dentro. Por ejemplo, en la proliferación de la lectura del Vía Crucis. En el polo opuesto, incomprensibles y estrambóticas procesiones anticipadas en la periferia que, sencillamente, ¿a cuento de qué salen a la calle?

   Cada uno busca cordura en esta loca Cuaresma. Una Cuaresma de vida en hermandad, perfectamente compatible con el capilleo para visitar cultos y montaje de tronos, previo café y torrija. Cuaresma que no se entendería sin el Vía Crucis de antorchas o la exposición de Puerta Oscura. Sin música, en conciertos o en el Parque. Sin el pregón de la juventud de la Humildad o la presentación de un obra relevante, exposición o conferencia. Cuaresma que se enriquece con programas de radio, televisión y suplementos y que, discreta y felizmente, ve callejear más de una parihuela de ensayo. Hay muchas piezas que encajan, sólo es cuestión de escoger en una escala de valores en la que, además de la tertulia, debe tener cabida, fundamentalmente, la oración.

viernes, 1 de marzo de 2013

El silencio



   Hace unos días, decía que ‘el silencio es a Málaga como la nieve’. Ciudad ruidosa, una algarabía. Y suele pasar que, cuando más se necesita eliminar toda esa bulla sonora, en cualquier momento, la abstracción resulta tarea casi imposible aunque, a veces, el jaleo da una tregua y se entra en una dimensión prácticamente desconocida. Pero si se camina, de madrugada o al amanecer, por el centro o el paseo marítimo, resulta que la ciudad habla, tiene voz. Y surge la música de los propios pasos, del romper de las olas, del reloj de la Catedral o el revoloteo de las palomas. Campanas, fuentes o aire.

   Con el silencio se traspasa un velo, adentrándose en uno mismo. El silencio deja cruzar, mejor dicho, acerca y envuelve un sinfín de sonidos que, paradójicamente, no sólo no lo entorpecen sino que le dan más sentido y profundidad. El silencio se hace más valioso cuanto más se descubre a partir de él; cuando se reflexiona o se reza. Cuando cobran vida sonidos que, desgraciadamente, no estamos acostumbrados a oír, mucho menos a escuchar. Y esto es lo que ocurre, habitualmente, en Semana Santa. En la que la penitencia no es salir de penitente, sino ser penitente en un mar de estridencias.

   El paso de una cofradía ofrece un sinfín de sonidos no sintonizados. La mayoría de ellos, tópicos a los que se alude en la mayoría de pregones y exaltaciones y que, curiosamente, suelen pasar absolutamente inadvertidos. Algunos, incluso, desconocidos. Se nombran porque no se entiende la Semana Santa sin ellos, son parte de su música pero, sin embargo, es la banda sonora ignorada de casi cualquier procesión. Incluso, me atrevo a decir, hasta las marchas forman a veces parte de ella, cuando el público charlotea, cuando la tribuna ovaciona, cuando el comentarista no calla. Claro, se tuvo que inventar la saeta por megafonía.

   Pero, menos mal, hay momentos durante la Cuaresma o la Semana Santa en que, de una u otra manera, el silencio aparece y, con él, ese repertorio abstracto de incomprendidos sonidos. Y es, en esos momentos, cuando más nos adentramos en la teatralidad de la escena, cuando verdaderamente digerimos el significado de lo que contemplamos, cuando podemos escuchar el eco de nuestra oración, perdiéndose tras el paso de un trono. En ese instante, cuando la soledad es posible, nos hacemos preguntas y nos olvidamos de lo accesorio. Lástima que sea tan poco habitual, aunque su exclusividad lo hace todavía más especial. Y con el silencio me topé, al inicio de la Cuaresma y con él espero encontrarme en unos días. Ojalá.

jueves, 28 de febrero de 2013

Lo que no es Andalucía



   Ser andaluz y vivir fuera, ofrece a uno la curiosa y caleidoscópica perspectiva de qué se piensa la gente que es Andalucía, tanto los que la conocen como los que ni la han pisado y, mis preferidos, los que ni siquiera sitúan las ocho provincias. Lo que resulta fascinante si se vive en Madrid, donde la mezcla total de procedencias le da mayor guasa al asunto. Porque la capital es ese caldero, repleto de gente de aquí y de allá, donde cualquiera encuentra su casa y casi ningún madrileño acredita más de dos o tres generaciones de ascendentes nacidos aquí. En este escenario de zarzuela, el tópico salta enseguida. ‘Lo andaluz’, ‘el andaluz’, que suele ser tan recurrente como hablar de vascos y catalanes, por representar los perfiles más estereotipados de este país.

   Y como suele pasar cuando se alude al tópico, se falla. De lo que uno se da cuenta es que, por aquí, ‘lo andaluz’ se contempla desde un punto de vista de amor-odio, de distinta proporción, según el caso, siendo los dos extremos, uno pa jartarse de reir y, el otro, también. La idea más tremendamente tópica, la más costumbrista, quizás, es la de la reunión de amigos sentados a la sombra, cerveza en mano y patillas al viento, discerniendo sobre la vida mientras los demás trabajan, rodeando una mesa con mantel de lunares ante una pared encalada. Suena, por supuesto, compás de bulerías y se suceden chistes pronunciados con el acento más sagerao. Es decir, los andaluces son vagos, graciosos, rancios, sabelotodo, incultos, superficiales y rezuman arte por los cuatro costaos. Y, aunque los haya que se esfuercen en dar esa impresión, nada más lejos de la realidad. En este sentido, los japoneses, por ejemplo, suelen quedarse mejor con la esencia de lo que se vive de Despeñaperros pabajo. Será por la falta de prejuicios.

   El discurso sociológico de ‘lo andaluz’, prosigue por la crítica o la exaltación de las romerías y ferias, el carnaval, la Semana Santa, los toros o el flamenco. Curiosamente, festivo todo ello, lo que nos lleva rápidamente a completar la escena de la reunión de amigos vestidos de corto, de costalero, de luces o de comparsista, rellenando de números rojos el calendario. Y, efectivamente, todo conforma la ‘marca Andalucía’, si bien no es compartido, ni mucho menos, por todos los andaluces y, además, transcurre en los días de playa, montaña o viajes del resto de los españoles –los que no estén, precisamente, junto a los andaluces disfrutándolo, que no son pocos-. Esa marca que es malinterpretada, en parte, por culpa de los propios andaluces, que tenemos esa manía del buen humor y reírnos de nuestros defectos. Con el matiz, por cierto, de que lo exageramos todo.

   La respuesta, fácil. Todo ese cuento de hadas surge de la televisión, de lo que se dice o lo que se imagina y no se contrasta con la historia de Andalucía que, lógicamente, se desconoce, junto a su legado cultural. Por eso, no se cae en la cuenta de que es absurdo pensar que en Andalucía no sólo no se trabaje, sino que se trabaje poco -¿quién te atiende en vacaciones, artista?-. Que se lo digan a los hombres y mujeres del campo, por ejemplo, o a los emigrantes. Por eso, no se entiende que acento no es sinónimo de intelectual –como pasa en el interior, y en el industrializado e ilustrado norte- y que la gracia es patrimonio del gracioso –lo que no tiene nada que ver con el arte-. Y, por eso, no se conoce que en Andalucía hay gente saboría –aséptica-, vanguardista -¿de dónde era Picasso?-, arrítmica, atea y antitaurina. El resto, me lo reservo. Así, el que tenga curiosidad, podrá descubrirlo en Huelva, Cádiz, Málaga, Granada, Almería, Sevilla, Córdoba o Jaén. O en los libros de historia, de arte, de política, de música, de todo.

viernes, 1 de febrero de 2013

El líder invisible



   El líder hace falta, siempre. En cualquier grupo, empresa, equipo y, por supuesto, en cualquier país. Un referente, alguien a quien seguir. Un guía, un ejemplo diario, un adalid que ponga en marcha tras de sí a millones de personas, en búsqueda de un objetivo. Claro que esto no pasa, al menos por aquí cerca. Y pretender que en España, tal como están las cosas, hubiese alguien capaz de comandar la nave con la respuesta de todos, sería impensable. Primero, por la era individualista en la que vivimos y, segundo, porque nadie ve hoy líder alguno en la calle de en frente.

   A esto se ha llegado, entre otras cosas, porque la política se ha acomodado en simple gestoría y, en consecuencia, la gente ha optado por vivir su vida, relegándose el liderazgo político a la militancia. Curioso dato. De polis -ciudad, en griego-, que evoca a la unidad, a la fuerza, la palabra ha derivado en el significado “desconfianza”. Los viejos líderes quedaron atrás, unos como tiranos, otros como gloria pasada. Y en España no ganamos para disgustos. Cuando toca el turno del presidente carismático, resulta ser un fiasco. Y cuando toca el aséptico, nos venimos abajo.

   El país necesita hoy un líder. Y no lo tiene. Mariano Rajoy no está ejerciendo como tal, porque está siendo invisible. No se le ve, no se le siente entre todos y la política de comunicación de su equipo está resultando un desastre. Las excusas dadas no han convencido a nadie. Desde que asumió su presidencia, nos embarcamos en un duro proceso de reestructuración y reformas que ha provocado el rechazo de muchos, la incomprensión de otros tantos y un ambiente de inquietud general, de dudas. Un contexto que necesita de la figura del líder.

   Todo se ha explicado, todo se ha argumentado. Pero no es suficiente. No lo es, porque nadie sigue a un ministro o a un secretario de estado. Y quien debe dar la cara es el cap. Rajoy se ha escudado en una apretada agenda y en no entrometerse en la labor de los responsables directos, olvidándose de que, al margen de políticas específicas, él es el máximo responsable de todo, a quien los españoles quieren ver y escuchar. No basta con trabajar. El líder debe figurar, hacerse notar. Y, estos días, con el país hirviendo por el caso Bárcenas, más de lo mismo. Invisible, tras la línea de fuego, aunque esté al pie del cañón. Su sitio está en primera fila, ante todos, liderando. 

sábado, 26 de enero de 2013

Tres por cuatro no son doce



   Quizá cueste pensar que haya gente a la que no le guste el Carnaval. La fiesta de la alegría. Tan positiva, con la que está cayendo. Una fiesta en la que te disfrazas, dejas volar la fantasía y aparcas tu ruina. Una fiesta del pueblo, de coros y comparsas, de música ciudadana, ingenio y crítica. La voz de las murgas y chirigotas que hacen reír y reivindican que la vida, o te la tomas con guasa, o serás un desgraciado reconcomido por un millón de problemas y prejuicios. Una fiesta de la mezcla, del ser cualquiera y de la pena oculta, de la sonrisa puesta. Una oportunidad, en último caso, para la marcha y juerga de algunos, respetable.

   Costará pensar que esto no guste. ¿Quién se resistiría a la locura del Carnaval? Pues, como en todo, muchos. Hasta en Cádiz los hay. Supongo que en Tenerife o Las Palmas también, incluso en Río. Pero es posible que en Málaga pase lo contrario y el raro, por así llamarlo, sea el sujeto carnavalesco. Ahora que está resurgiendo la ‘fiesta del invierno cálido’, adormecida antaño e impulsada con cada vez más fuerza, se va ganando afición, poco a poco. Nada mejor que recuperar una tradición, que lo es, de la ciudad y darle vida, lavarle la cara y compartirla con todos.

   Pero tres por cuatro no son doce y en el auge actual del carnaval no hay que confundir antifaces con patillas. Cuidado, envainen el puñal. No voy a soltar el discurso ultracuaresmal, que no comparto en absoluto por absurdo que lo encuentro. El meollo aquí está en distinguir el efecto llamada del carnaval de Málaga, que está recogiendo sus frutos, del efecto marca que, como buenos andaluces, ha convertido a muchos en carnavólogos –por supuesto, del Carnaval de Cádiz y no de Málaga-. Dos fenómenos distintos, porque unos vienen del teatro y otros del Youtube.

   Dejando a un lado el Carnaval de Málaga, su buena salud y su sano crecimiento, la gracia está en el carnavólogo. Nada que ver con los aficionados de Málaga que, como no podría ser de otra manera, encuentran en Cádiz un referente y fuente de inspiración. Y no me refiero al que ha llegado a esto antes o después. A más comunicación, más implicados. Eso es bueno. El concepto es lo que distingue al sano aficionado del andaluz clonado, esa insoportable moda de la denominación de origen, que ha creado un prototipo castizo que ahora sale de debajo de las piedras. Este personaje, que da para muchos párrafos más, es el que rompe la regla del tres por cuatro y, si no me equivoco, se agotará. Todo volverá a la normalidad. Ojalá, porque ya se nota, como ha ocurrido tantas veces, la vulgaridad que resulta de prostituir una identidad.

jueves, 24 de enero de 2013

Periodistas



   El periodismo está tieso, aunque sigue siendo rico en periodistas. En las redacciones o en sus casas, siempre serán el verdadero motor de la información, que hoy procede de las fuentes más insospechadas y que, incluso, ha hecho que se cuestione hasta qué punto son necesarios. Pues, oiga, más necesarios que nunca. Lo son, porque el mundo jamás ha sido tan cambiante como lo es ahora y son los periodistas los que lo deben dar a conocer. Y lo son porque la única forma de combatir la desinformación, que campa a sus anchas, es mediante el trabajo de personas capaces de poner en orden las ideas del caos actual.

   La sociedad demanda periodismo, aunque no siempre sea buen periodismo lo que se le sirva. El mercado de la información se desmorona y lo que está sobreviviendo no siempre es lo mejor, aunque todavía resisten aquellos que dignifican este oficio. Es posible que el desánimo haya hecho mella en buena parte de ellos, en los que no encuentran su sitio, los que lo perdieron o los que piensan cada mañana –yo no vine aquí para hacer esto-.

   Todavía está por ver qué será de la empresa informativa, en qué se convertirá y quiénes serán los vivos, pero el periodista no morirá. No puede hacerlo, porque siempre será necesario. Hoy faltan razones para ser optimistas. Para muchos, el pasado puede provocar nostalgia y el futuro miedo, dudas. Pero qué gran sueño es imaginar un renacimiento del periodismo, tras la tormenta que atraviesa, ocupando de nuevo el lugar que le corresponde en la sociedad, aunque esta vez sea el quinto, sexto o séptimo poder.

   Periodistas, hacen falta. Que la opinión y la comunicación estén hoy al alcance de todos es algo positivo, enriquecedor. Que las redes sociales acerquen a todos, cohesionen y muevan a la sociedad, también. Pero en toda esa maraña no debe diluirse el trabajo del profesional de la información, quien debe dar respuesta a las preguntas que los demás se hacen. El periodismo está tieso, pero se mueve y le queda mucha vida por delante, a pesar de todo. Así que pongámosle una vela a Paco de Sales y, a todos, feliz día del patrón. 

miércoles, 23 de enero de 2013

El deber del millonario



   Suele decirse que un puñado de adineradísimas personas podría, con su patrimonio, atajar los males del mundo. De cuando en cuando, la prensa publica estudios en los que se apunta a cierto número de fortunas que acabarían varias veces con el hambre, o a boyantes empresarios que podrían eliminar el déficit de nuestras maltrechas arcas. En cualquier conversación salta la crítica al poderoso, porque vive ajeno a las miserias terrenales. Y, por norma general, se habla del millonario, incluso, como responsable de las desgracias ajenas. El malo, para entendernos, que va desde el mismísimo diablo, propietario de la multinacional, al ‘entacao’ más cercano que, por lo menos, nos hace desconfiar.

   El deber del millonario es solucionar los problemas. Darlo todo. Luego, si afirmamos esto, estamos dejando el mundo en sus manos. –Ya lo está-, dirán algunos. Y un carajo. He ahí la postura del comodón de hoy, que echa balones fuera adjudicando responsabilidades a diestro y siniestro, sin asumir nada en absoluto, con la excusa insignificante de ser un sencillo ciudadano incapaz de nada. –Toda la culpa es del rico, del político y del banquero-, nada más lejos de la realidad. La cuestión es la falta de conciencia del papel que jugamos en la sociedad, porque no vivimos como tal, sino sumidos en un individualismo feroz.

   Me pregunto si existirá algún estudio de cuántas veces se acabaría el hambre si, cada ciudadano con una renta aceptable, diese un euro al día para la causa. Pero, lo fácil, es echar cuentas con la fortuna de los poderosos, a los que, por cierto, no escatimamos en comprar todo lo que producen. ¿No somos, acaso, una proyección de su imagen en una escala inferior? Vivimos mirando hacia arriba, cuando bastaría ojear a nuestro alrededor para descubrir que hay mucho que hacer, y mucho al alcance de la mano. No sólo eso que llaman caridad, sino un término algo más desconocido, la conciencia social.

   En esta historia, el público asigna los papeles, caracteriza a los personajes, adjudica bien o mal a un número de personas y se sienta a contemplar cómo transcurre una obra en la que son, simple y llanamente, espectadores. En parte, porque quieren. Y, al salir del teatro, no hacen sino imitar lo que han visto mientras lo condenan. Al fin y al cabo, lo que la sociedad intenta es llegar a ser esos que tanto critica, en la medida de sus posibilidades. Y los critican por una evidente razón: envidia. La persona sencilla, sincera y humilde –de corazón, que no de cartera-, no vive preocupada por los ricos, sino por los que le rodean. Por eso, recuerdo aquella frase de película: “¿Por qué habría que cambiar a un tirano que está a tres mil millas, por tres mil tiranos que están a una milla de aquí?”.

martes, 22 de enero de 2013

La Malagueta dormida



   La Malagueta está que no levanta cabeza. La plaza es un plomo. Desde hace años, viene dándose una realidad que ha convertido su feria en híbrido y que, el pasado agosto, mostró unos tendidos con síntomas de destaurinización. La empresa Chopera, a pesar de la profesionalidad que mostró en ciertos términos, no cuajó en Málaga. Suerte aparte, que no la tuvo en la embestida del toro y la lesión de Manzanares, no conectó con los malagueños. Ni acertó en la comunicación, ni en la presencia en la ciudad y dejó carteles a su suerte. Nada que ver con el pliego y la crisis económica pues, de haber atinado en dichos matices, seguramente el resultado hubiese sido otro.

   Y, tras el porrazo, el desierto. El intento fallido de la modificación del pliego dio paso a la renuncia de los vascos a seguir gestionando La Malagueta. Sin embargo, el portal taurino Cultoro informaba ayer que sus veedores han ido al campo para seleccionar toros, de cara a las corridas de Semana Santa. Entonces, ¿Qué? Mientras, los aficionados no saben qué está pasando. Aún se espera aquella rueda de prensa que los Chopera prometieron, para explicar las razones de su partida –si es que se van-. Una comparecencia, algo. O que hable la Diputación. En principio, la plaza no tiene empresa, ni pliego, ni proyecto, ni nada. Sólo la Escuela Taurina que, para nuestro orgullo, es la que ha mostrado la plaza con la estampa de otros tiempos, a reventar de público.

   Las gestiones llevan su proceso, se entiende. Y que esta circunstancia es inusual, también. Pero la afición debería saber qué es lo que ocurre. Información. Los meses vuelan, y los días santos están a la vuelta de la esquina. Ser aficionado a los toros en Málaga se ha convertido en homólogo de seguidor del Cádiz, sufridor, con más decepciones que alegrías. La época de Puche ya hizo mella, salvo por el fenómeno José Tomás, con líos de corrales –cosa que este año se arregló-, mal ganado, carteles impropios y tardes –y noches- anodinas.  No vamos a culpar a los Martínez de todos los males.

   Y si, llegados a este punto, la ciudad vive ajena a esta situación es porque la afición está dormida, en parte perdida. No así las ganas de toros –las 10.000 gentes, sobre todo jóvenes, que abarrotan las novilladas lo demuestran-. Málaga necesita un rescate, en toda regla. La empresa definitiva que arregle este desbarajuste. De la tierra, o de fuera. Ejemplos hay de que el paradigma del empresario local no tiene por qué darse. Pero que se implique en la ciudad y se dé a conocer. Que sepa hacer lectura de la realidad de esta plaza y que no espere jugosos resultados a corto plazo. El que sea, contará ya con ejemplos pretéritos de qué errores no cometer. Y, ahora que se puede, con otro pliego. Poco a poco. Un paso atrás, si es que se recupera más tarde, no es una derrota.

lunes, 21 de enero de 2013

Enredados


   La brecha que separa la clase política de la sociedad no tiene su origen en la situación económica. No. Es la desconfianza. La zanja que los partidos están cavando, alejándose de los ciudadanos diariamente, no se resume con aquel cordón policial que separaba a la masa del Congreso, ni mucho menos, y esa ‘mayoría silenciosa’ a la que aludía Mariano Rajoy no debe identificarse como un respaldo. Es la incertidumbre de un país que asiste expectante al desmoronamiento del crédito que había depositado en los partidos.

   Efectivamente, la corrupción es un mal que viene minando el ánimo popular más allá de la crisis, cuyos efectos coyunturales pasarán y que, una vez se haya recuperado el país, será asunto zanjado. Y, a la larga, podrá ser asumida con sus daños y perjuicios, de haberse recompuesto la economía, en un contexto de crecimiento y bienestar, olvidándose lo que un día se sufrió, siempre que todos los esfuerzos hayan contribuido al bien común. Lo que nunca se aceptará, es el mantenimiento de una clase política en la que un puñado de lobos se ha procurado una forma de vida -a costa del dinero de los españoles- y que no fue perseguida por los políticos, que volvieron la espalda al problema, eludiendo toda responsabilidad. Así, pagarán justos por pecadores.

   Los españoles están hastiados de tanta mentira. Tanto, que no saben hacia dónde mirar, desorientados, incapaces ya de distinguir entre bueno o malo. Y los partidos están enredados. PP y PSOE acumulan no pocos casos de corrupción en sus aparatos –a cual más grave- y la postura ante ellos es inaceptable. Constantemente, se sigue la política de pasar de puntillas por estos cenagales –para que salpique lo menos posible-, eludiéndose tratar el tema abiertamente. Un juego de ataques y contraataques, dependiendo de quién esté en la oposición. Pero, lo peor, lo que más daño está haciendo a la imagen pública de los que deben ser representantes del ciudadano, es la falta de transparencia y la ausencia de gestos.

   El partido es un mundo subterráneo, una enredadera en la que el descontrol y la falta de transparencia están pasando factura. Es lo que turba a la sociedad, porque es la sociedad la que paga. La brecha se amplía y, hasta que llegue ese gesto de rechazo y condena abierta de todos los partidos a la corrupción, mientras estos sigan siendo opacos y caigan siempre los de abajo, hasta que no demuestren valentía para anteponer la honradez –que existe- al voto, seguirán enredados y esa brecha acabará siendo su propia tumba.