La
brecha que separa la clase política de la sociedad no tiene su origen en la
situación económica. No. Es la desconfianza. La zanja que los partidos están
cavando, alejándose de los ciudadanos diariamente, no se resume con aquel
cordón policial que separaba a la masa del Congreso, ni mucho menos, y esa ‘mayoría
silenciosa’ a la que aludía Mariano Rajoy no debe identificarse como un
respaldo. Es la incertidumbre de un país que asiste expectante al
desmoronamiento del crédito que había depositado en los partidos.
Efectivamente,
la corrupción es un mal que viene minando el ánimo popular más allá de la
crisis, cuyos efectos coyunturales pasarán y que, una vez se haya recuperado el
país, será asunto zanjado. Y, a la larga, podrá ser asumida con sus daños y
perjuicios, de haberse recompuesto la economía, en un contexto de crecimiento y
bienestar, olvidándose lo que un día se sufrió, siempre que todos los esfuerzos
hayan contribuido al bien común. Lo que nunca se aceptará, es el mantenimiento
de una clase política en la que un puñado de lobos se ha procurado una forma de
vida -a costa del dinero de los españoles- y que no fue perseguida por los
políticos, que volvieron la espalda al problema, eludiendo toda responsabilidad.
Así, pagarán justos por pecadores.
Los
españoles están hastiados de tanta mentira. Tanto, que no saben hacia dónde
mirar, desorientados, incapaces ya de distinguir entre bueno o malo. Y los partidos
están enredados. PP y PSOE acumulan
no pocos casos de corrupción en sus aparatos –a cual más grave- y la postura
ante ellos es inaceptable. Constantemente, se sigue la política de pasar de
puntillas por estos cenagales –para que salpique lo menos posible-, eludiéndose
tratar el tema abiertamente. Un juego de ataques y contraataques, dependiendo
de quién esté en la oposición. Pero, lo peor, lo que más daño está haciendo a
la imagen pública de los que deben ser representantes del ciudadano, es la
falta de transparencia y la ausencia de gestos.
El
partido es un mundo subterráneo, una enredadera en la que el descontrol y la
falta de transparencia están pasando factura. Es lo que turba a la sociedad,
porque es la sociedad la que paga. La brecha se amplía y, hasta que llegue ese
gesto de rechazo y condena abierta de todos los partidos a la corrupción,
mientras estos sigan siendo opacos y caigan siempre los de abajo, hasta que no
demuestren valentía para anteponer la honradez –que existe- al voto, seguirán
enredados y esa brecha acabará siendo su propia tumba.
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