Venía en el
tren esta mañana, de camino a Madrid, cuando descubrí una gotita de cera agarrada
a la manga de mi jersey. Como aquella solitaria gota de cera, escondida entre
la solería de calle Larios, que nombraba Banderas en su pregón y que se
resistía a desaparecer. Junto a ella, vine mirando por la ventana del vagón,
recordando, a medida que me iba alejando, intentando situar imágenes, personas,
sonidos y sensaciones en los espacios que me han trasladado, durante una
semana, a la cuarta dimensión del paso de las cofradías. O a la quinta, la de
mi estación de penitencia. Así vengo desde el sábado, a ratos, dando vueltas a
tanta sobrecarga de vivencias. No hubo día más propio para el cambio de hora,
adelantándonos en la noche hacia la Resurrección, alargando el paso en una hora
hasta la Pascua. Domingo tranquilo, sin procesión y, por tanto, sin sentido
alguno para aquellos que no ven más allá de un puñado de varales, pero feliz.
Un año más, en la meta.
Gloriosa meta,
independientemente del agua que, a más de uno, parece pesarle demasiado en su
balance, sin acordarse ya de aquel desastroso año 2011. Factura asequible, que
a mí, particularmente, me ha dejado un regusto definitivo de excelencia. Qué
duda cabe ya de que nos encontramos en medio de un feliz renacimiento cofrade y
que, desde hace algunos años, elevamos nuestra Semana Santa a altas cotas de
refinamiento, aun a costa de caer, a veces, en la globalización y las modas. Y
este es el punto en el que, cuando miramos atrás y recordamos los hechos que
nos sorprendían, vemos hoy constancia y normalidad. Esplendor es la palabra, a
pesar de la larga lista de reformas pendientes, elementos que pulir y hábitos a
eliminar. Y aquí no cabe sino compararnos con nosotros mismos, sin necesidad de
trasladarnos varias décadas atrás. Es la evolución natural que, gracias al
perfecto equilibrio, en muchos casos, de la experiencia y la savia nueva, nos
lleva al momento que vivimos.
Así, podemos
repasar, una a una, todas las salidas viendo cómo se van consolidando horarios,
redondeándose casi todas las jornadas. Volvimos
a contemplar un nuevo goteo de estrenos que caen sobre la balanza, con gran
peso, hacia un patrimonio definitivamente asentado. Y, cada año, un paso más.
Por el cuidado en cada detalle, el saber estar y la búsqueda de la perfección
en unos cánones asumidos, lo que va calando en un público que va tomando
conciencia de ello, a pesar de las tristes excepciones. Con su cara y su cruz,
repitiéndose el vaivén de disfraces pululando por la calle, pero con cada vez
más personas con su bolsa y el cartón bajo el brazo. Con desacertadas
intervenciones en medios y trasnochados formatos de retransmisión, pero con
nuevas aportaciones para una cobertura auténticamente cofrade. Con alborotos
populistas, pero con algún silencio más, que suma, y mucho. Y, así, con todo lo
demás. Mucho foco todavía, pero cada vez más cirio.
Y, en la
música: el clímax. La cumbre jamás alcanzada en Málaga de un nivelazo sonoro,
especialmente en las bandas de toda la provincia, que han hecho las delicias de
propios y extraños, ayudando a contemplar con profundidad lo que tenían
delante, por la calidad en cada nota y repertorios escogidos con especial tino.
Así las cosas, la lista de momentos para no perderse cada día va engordando,
poco a poco, hacia una intensidad sin precedentes, en todas las jornadas, para
disfrutar de una Semana Santa cada vez más plena, sin renunciar a su esencia.
Esto es lo que, paulatinamente, está desplazando decepciones y hastíos hacia un
ilusionante renacimiento, providencial, en algunos casos y que, a pesar de todo
lo mejorable, incluso lo infame, nos hace mirar hacia 2014 con más ilusión que
nunca. Y aunque la vida, para mí, no se resume en una semana, mentiría si
negase que esa semana me da la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario