viernes, 15 de marzo de 2013

El dardo en la palabra


   Existen vocablos con veneno. En esto de las cofradías, hay algún que otro término tomado por algunos como pecaminoso palabro, a menudo tabú en conversaciones cofradieras. La palabra paso levanta ampollas en Málaga, tras su escritura o pronunciación, y todo aquel que se atreva a usarla es tomado por no pocos como hereje. ¡Qué novedad! Entiéndase la ironía. Cuántas y cuántas veces habremos asistido o participado a un cónclave sobre la etimología de las andas procesionales, debatiendo arduamente sobre la conveniencia o no de llamarlas paso, en lugar de trono. Un tema que se pierde en décadas de vida cofrade, apoyado o condenado por la visión histórica, desde la costumbre o la morfología. ¿Tiempo perdido?

   Es de esas discusiones que, por más tiempo que pase, siempre vuelve a saltar para entretenimiento de algunos. Incombustible. Es llegar la Cuaresma y aparecer, junto al asunto de los traslados, la vela rizada o el pulso. No falla. Trascendencia que bien podríamos cuestionar, sobre todo si nos preguntamos ¿de qué sirve dedicarle, si quiera, un segundo más? En cualquier caso, de lo que no cabe duda es que todos nos entendemos, aunque no vamos a negar que puede ser una provocación, como desproporcionada la irritación que produce este dardo en la palabra. Mire, que cada uno diga lo que le salga del lirio. Y que, en cada casa, decidan si conviene o no quitar un manto de flores, montar una flor de cera o llamar a Dolores por su nombre.

   Una hermandad es mucho más que una palabra. Y, las cosas, mucho más que su procedencia. Cómo si no se explica la pasión provocada en Málaga por el izquierdazo, el doble paso o el pulso aliviao, como tantas y tantas cosas que, con leve o ninguna oposición, se han adaptado y asumido únicamente cuestionadas por gustar o no al personal. Pero esta es otra historia, esto es el morbo de toda la vida. El cosquilleo de decir paso y la fugacidad de tuitear la condena, con colmillo afilado. Es el dardo, en una maldita palabra que no bajará de temperatura, por más candelabros de cola, tocados macarenos o crucetas trianeras que veamos, y que únicamente será sustituida del código penal cofrade cuando veamos un llamador atornillado al frontal de un canasto.

   Cuarenta días dan para mucho y hay mucho de qué hablar, aunque no siempre sea lo esencial de lo que se charle en tertulias o medios de comunicación. Y, desde luego, el uso de paso no encaja en el orden del día. Me pregunto si en 2050 seguiremos con estos mosqueos, sentando cátedra sobre si el Cristo de Mena es más Cristo de Mena con legionarios o sin ellos. Cansino debate, este de los tronos y su denominación al que, ni siquiera, ahora que lo pienso, merecen la pena estos cuatro párrafos. Y que me perdone Lázaro Carreter por usurparle vilmente su título. Por cierto, ¿acaso alguien necesita traducción cuando lee “no toquen los pasos”? Es posible que, a más de uno, lo que le entren sean ganas de refregar la mano y, eso sí, santiguarse después.

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