sábado, 26 de enero de 2013

Tres por cuatro no son doce



   Quizá cueste pensar que haya gente a la que no le guste el Carnaval. La fiesta de la alegría. Tan positiva, con la que está cayendo. Una fiesta en la que te disfrazas, dejas volar la fantasía y aparcas tu ruina. Una fiesta del pueblo, de coros y comparsas, de música ciudadana, ingenio y crítica. La voz de las murgas y chirigotas que hacen reír y reivindican que la vida, o te la tomas con guasa, o serás un desgraciado reconcomido por un millón de problemas y prejuicios. Una fiesta de la mezcla, del ser cualquiera y de la pena oculta, de la sonrisa puesta. Una oportunidad, en último caso, para la marcha y juerga de algunos, respetable.

   Costará pensar que esto no guste. ¿Quién se resistiría a la locura del Carnaval? Pues, como en todo, muchos. Hasta en Cádiz los hay. Supongo que en Tenerife o Las Palmas también, incluso en Río. Pero es posible que en Málaga pase lo contrario y el raro, por así llamarlo, sea el sujeto carnavalesco. Ahora que está resurgiendo la ‘fiesta del invierno cálido’, adormecida antaño e impulsada con cada vez más fuerza, se va ganando afición, poco a poco. Nada mejor que recuperar una tradición, que lo es, de la ciudad y darle vida, lavarle la cara y compartirla con todos.

   Pero tres por cuatro no son doce y en el auge actual del carnaval no hay que confundir antifaces con patillas. Cuidado, envainen el puñal. No voy a soltar el discurso ultracuaresmal, que no comparto en absoluto por absurdo que lo encuentro. El meollo aquí está en distinguir el efecto llamada del carnaval de Málaga, que está recogiendo sus frutos, del efecto marca que, como buenos andaluces, ha convertido a muchos en carnavólogos –por supuesto, del Carnaval de Cádiz y no de Málaga-. Dos fenómenos distintos, porque unos vienen del teatro y otros del Youtube.

   Dejando a un lado el Carnaval de Málaga, su buena salud y su sano crecimiento, la gracia está en el carnavólogo. Nada que ver con los aficionados de Málaga que, como no podría ser de otra manera, encuentran en Cádiz un referente y fuente de inspiración. Y no me refiero al que ha llegado a esto antes o después. A más comunicación, más implicados. Eso es bueno. El concepto es lo que distingue al sano aficionado del andaluz clonado, esa insoportable moda de la denominación de origen, que ha creado un prototipo castizo que ahora sale de debajo de las piedras. Este personaje, que da para muchos párrafos más, es el que rompe la regla del tres por cuatro y, si no me equivoco, se agotará. Todo volverá a la normalidad. Ojalá, porque ya se nota, como ha ocurrido tantas veces, la vulgaridad que resulta de prostituir una identidad.

jueves, 24 de enero de 2013

Periodistas



   El periodismo está tieso, aunque sigue siendo rico en periodistas. En las redacciones o en sus casas, siempre serán el verdadero motor de la información, que hoy procede de las fuentes más insospechadas y que, incluso, ha hecho que se cuestione hasta qué punto son necesarios. Pues, oiga, más necesarios que nunca. Lo son, porque el mundo jamás ha sido tan cambiante como lo es ahora y son los periodistas los que lo deben dar a conocer. Y lo son porque la única forma de combatir la desinformación, que campa a sus anchas, es mediante el trabajo de personas capaces de poner en orden las ideas del caos actual.

   La sociedad demanda periodismo, aunque no siempre sea buen periodismo lo que se le sirva. El mercado de la información se desmorona y lo que está sobreviviendo no siempre es lo mejor, aunque todavía resisten aquellos que dignifican este oficio. Es posible que el desánimo haya hecho mella en buena parte de ellos, en los que no encuentran su sitio, los que lo perdieron o los que piensan cada mañana –yo no vine aquí para hacer esto-.

   Todavía está por ver qué será de la empresa informativa, en qué se convertirá y quiénes serán los vivos, pero el periodista no morirá. No puede hacerlo, porque siempre será necesario. Hoy faltan razones para ser optimistas. Para muchos, el pasado puede provocar nostalgia y el futuro miedo, dudas. Pero qué gran sueño es imaginar un renacimiento del periodismo, tras la tormenta que atraviesa, ocupando de nuevo el lugar que le corresponde en la sociedad, aunque esta vez sea el quinto, sexto o séptimo poder.

   Periodistas, hacen falta. Que la opinión y la comunicación estén hoy al alcance de todos es algo positivo, enriquecedor. Que las redes sociales acerquen a todos, cohesionen y muevan a la sociedad, también. Pero en toda esa maraña no debe diluirse el trabajo del profesional de la información, quien debe dar respuesta a las preguntas que los demás se hacen. El periodismo está tieso, pero se mueve y le queda mucha vida por delante, a pesar de todo. Así que pongámosle una vela a Paco de Sales y, a todos, feliz día del patrón. 

miércoles, 23 de enero de 2013

El deber del millonario



   Suele decirse que un puñado de adineradísimas personas podría, con su patrimonio, atajar los males del mundo. De cuando en cuando, la prensa publica estudios en los que se apunta a cierto número de fortunas que acabarían varias veces con el hambre, o a boyantes empresarios que podrían eliminar el déficit de nuestras maltrechas arcas. En cualquier conversación salta la crítica al poderoso, porque vive ajeno a las miserias terrenales. Y, por norma general, se habla del millonario, incluso, como responsable de las desgracias ajenas. El malo, para entendernos, que va desde el mismísimo diablo, propietario de la multinacional, al ‘entacao’ más cercano que, por lo menos, nos hace desconfiar.

   El deber del millonario es solucionar los problemas. Darlo todo. Luego, si afirmamos esto, estamos dejando el mundo en sus manos. –Ya lo está-, dirán algunos. Y un carajo. He ahí la postura del comodón de hoy, que echa balones fuera adjudicando responsabilidades a diestro y siniestro, sin asumir nada en absoluto, con la excusa insignificante de ser un sencillo ciudadano incapaz de nada. –Toda la culpa es del rico, del político y del banquero-, nada más lejos de la realidad. La cuestión es la falta de conciencia del papel que jugamos en la sociedad, porque no vivimos como tal, sino sumidos en un individualismo feroz.

   Me pregunto si existirá algún estudio de cuántas veces se acabaría el hambre si, cada ciudadano con una renta aceptable, diese un euro al día para la causa. Pero, lo fácil, es echar cuentas con la fortuna de los poderosos, a los que, por cierto, no escatimamos en comprar todo lo que producen. ¿No somos, acaso, una proyección de su imagen en una escala inferior? Vivimos mirando hacia arriba, cuando bastaría ojear a nuestro alrededor para descubrir que hay mucho que hacer, y mucho al alcance de la mano. No sólo eso que llaman caridad, sino un término algo más desconocido, la conciencia social.

   En esta historia, el público asigna los papeles, caracteriza a los personajes, adjudica bien o mal a un número de personas y se sienta a contemplar cómo transcurre una obra en la que son, simple y llanamente, espectadores. En parte, porque quieren. Y, al salir del teatro, no hacen sino imitar lo que han visto mientras lo condenan. Al fin y al cabo, lo que la sociedad intenta es llegar a ser esos que tanto critica, en la medida de sus posibilidades. Y los critican por una evidente razón: envidia. La persona sencilla, sincera y humilde –de corazón, que no de cartera-, no vive preocupada por los ricos, sino por los que le rodean. Por eso, recuerdo aquella frase de película: “¿Por qué habría que cambiar a un tirano que está a tres mil millas, por tres mil tiranos que están a una milla de aquí?”.

martes, 22 de enero de 2013

La Malagueta dormida



   La Malagueta está que no levanta cabeza. La plaza es un plomo. Desde hace años, viene dándose una realidad que ha convertido su feria en híbrido y que, el pasado agosto, mostró unos tendidos con síntomas de destaurinización. La empresa Chopera, a pesar de la profesionalidad que mostró en ciertos términos, no cuajó en Málaga. Suerte aparte, que no la tuvo en la embestida del toro y la lesión de Manzanares, no conectó con los malagueños. Ni acertó en la comunicación, ni en la presencia en la ciudad y dejó carteles a su suerte. Nada que ver con el pliego y la crisis económica pues, de haber atinado en dichos matices, seguramente el resultado hubiese sido otro.

   Y, tras el porrazo, el desierto. El intento fallido de la modificación del pliego dio paso a la renuncia de los vascos a seguir gestionando La Malagueta. Sin embargo, el portal taurino Cultoro informaba ayer que sus veedores han ido al campo para seleccionar toros, de cara a las corridas de Semana Santa. Entonces, ¿Qué? Mientras, los aficionados no saben qué está pasando. Aún se espera aquella rueda de prensa que los Chopera prometieron, para explicar las razones de su partida –si es que se van-. Una comparecencia, algo. O que hable la Diputación. En principio, la plaza no tiene empresa, ni pliego, ni proyecto, ni nada. Sólo la Escuela Taurina que, para nuestro orgullo, es la que ha mostrado la plaza con la estampa de otros tiempos, a reventar de público.

   Las gestiones llevan su proceso, se entiende. Y que esta circunstancia es inusual, también. Pero la afición debería saber qué es lo que ocurre. Información. Los meses vuelan, y los días santos están a la vuelta de la esquina. Ser aficionado a los toros en Málaga se ha convertido en homólogo de seguidor del Cádiz, sufridor, con más decepciones que alegrías. La época de Puche ya hizo mella, salvo por el fenómeno José Tomás, con líos de corrales –cosa que este año se arregló-, mal ganado, carteles impropios y tardes –y noches- anodinas.  No vamos a culpar a los Martínez de todos los males.

   Y si, llegados a este punto, la ciudad vive ajena a esta situación es porque la afición está dormida, en parte perdida. No así las ganas de toros –las 10.000 gentes, sobre todo jóvenes, que abarrotan las novilladas lo demuestran-. Málaga necesita un rescate, en toda regla. La empresa definitiva que arregle este desbarajuste. De la tierra, o de fuera. Ejemplos hay de que el paradigma del empresario local no tiene por qué darse. Pero que se implique en la ciudad y se dé a conocer. Que sepa hacer lectura de la realidad de esta plaza y que no espere jugosos resultados a corto plazo. El que sea, contará ya con ejemplos pretéritos de qué errores no cometer. Y, ahora que se puede, con otro pliego. Poco a poco. Un paso atrás, si es que se recupera más tarde, no es una derrota.

lunes, 21 de enero de 2013

Enredados


   La brecha que separa la clase política de la sociedad no tiene su origen en la situación económica. No. Es la desconfianza. La zanja que los partidos están cavando, alejándose de los ciudadanos diariamente, no se resume con aquel cordón policial que separaba a la masa del Congreso, ni mucho menos, y esa ‘mayoría silenciosa’ a la que aludía Mariano Rajoy no debe identificarse como un respaldo. Es la incertidumbre de un país que asiste expectante al desmoronamiento del crédito que había depositado en los partidos.

   Efectivamente, la corrupción es un mal que viene minando el ánimo popular más allá de la crisis, cuyos efectos coyunturales pasarán y que, una vez se haya recuperado el país, será asunto zanjado. Y, a la larga, podrá ser asumida con sus daños y perjuicios, de haberse recompuesto la economía, en un contexto de crecimiento y bienestar, olvidándose lo que un día se sufrió, siempre que todos los esfuerzos hayan contribuido al bien común. Lo que nunca se aceptará, es el mantenimiento de una clase política en la que un puñado de lobos se ha procurado una forma de vida -a costa del dinero de los españoles- y que no fue perseguida por los políticos, que volvieron la espalda al problema, eludiendo toda responsabilidad. Así, pagarán justos por pecadores.

   Los españoles están hastiados de tanta mentira. Tanto, que no saben hacia dónde mirar, desorientados, incapaces ya de distinguir entre bueno o malo. Y los partidos están enredados. PP y PSOE acumulan no pocos casos de corrupción en sus aparatos –a cual más grave- y la postura ante ellos es inaceptable. Constantemente, se sigue la política de pasar de puntillas por estos cenagales –para que salpique lo menos posible-, eludiéndose tratar el tema abiertamente. Un juego de ataques y contraataques, dependiendo de quién esté en la oposición. Pero, lo peor, lo que más daño está haciendo a la imagen pública de los que deben ser representantes del ciudadano, es la falta de transparencia y la ausencia de gestos.

   El partido es un mundo subterráneo, una enredadera en la que el descontrol y la falta de transparencia están pasando factura. Es lo que turba a la sociedad, porque es la sociedad la que paga. La brecha se amplía y, hasta que llegue ese gesto de rechazo y condena abierta de todos los partidos a la corrupción, mientras estos sigan siendo opacos y caigan siempre los de abajo, hasta que no demuestren valentía para anteponer la honradez –que existe- al voto, seguirán enredados y esa brecha acabará siendo su propia tumba.