Quizá cueste
pensar que haya gente a la que no le guste el Carnaval. La fiesta de la
alegría. Tan positiva, con la que está cayendo. Una fiesta en la que te
disfrazas, dejas volar la fantasía y aparcas tu ruina. Una fiesta del pueblo,
de coros y comparsas, de música ciudadana, ingenio y crítica. La voz de las
murgas y chirigotas que hacen reír y reivindican que la vida, o te la tomas con
guasa, o serás un desgraciado reconcomido por un millón de problemas y
prejuicios. Una fiesta de la mezcla, del ser cualquiera y de la pena oculta, de
la sonrisa puesta. Una oportunidad, en último caso, para la marcha y juerga de
algunos, respetable.
Costará
pensar que esto no guste. ¿Quién se resistiría a la locura del Carnaval? Pues,
como en todo, muchos. Hasta en Cádiz los hay. Supongo que en Tenerife o Las
Palmas también, incluso en Río. Pero es posible que en Málaga pase lo contrario
y el raro, por así llamarlo, sea el sujeto carnavalesco. Ahora que está
resurgiendo la ‘fiesta del invierno cálido’, adormecida antaño e impulsada con
cada vez más fuerza, se va ganando afición, poco a poco. Nada mejor que
recuperar una tradición, que lo es, de la ciudad y darle vida, lavarle la cara
y compartirla con todos.
Pero tres por
cuatro no son doce y en el auge actual del carnaval no hay que confundir antifaces
con patillas. Cuidado, envainen el puñal. No voy a soltar el discurso
ultracuaresmal, que no comparto en absoluto por absurdo que lo encuentro. El
meollo aquí está en distinguir el efecto llamada del carnaval de Málaga, que
está recogiendo sus frutos, del efecto marca que, como buenos andaluces, ha
convertido a muchos en carnavólogos –por supuesto, del Carnaval de Cádiz y no
de Málaga-. Dos fenómenos distintos, porque unos vienen del teatro y otros del
Youtube.
Dejando a un
lado el Carnaval de Málaga, su buena salud y su sano crecimiento, la gracia
está en el carnavólogo. Nada que ver con los aficionados de Málaga que, como no
podría ser de otra manera, encuentran en Cádiz un referente y fuente de
inspiración. Y no me refiero al que ha llegado a esto antes o después. A más
comunicación, más implicados. Eso es bueno. El concepto es lo que distingue al
sano aficionado del andaluz clonado, esa insoportable moda de la denominación
de origen, que ha creado un prototipo castizo que ahora sale de debajo de las
piedras. Este personaje, que da para muchos párrafos más, es el que rompe la
regla del tres por cuatro y, si no me equivoco, se agotará. Todo volverá a la
normalidad. Ojalá, porque ya se nota, como ha ocurrido tantas veces, la
vulgaridad que resulta de prostituir una identidad.